Época: arte arcaico
Inicio: Año 650 A. C.
Fin: Año 500 D.C.

Antecedente:
La escultura arcaica
Siguientes:
El friso del Tesoro de los Siphnios

(C) Pilar León Alonso



Comentario

He aquí otra modalidad escultórica intensamente cultivada desde comienzos de época arcaica. Al igual que la escultura de bulto redondo, las manifestaciones relivarias que nos han llegado son preferentemente de piedra o de mármol y algunas de ellas conservan aún con viveza la policromía. Entre las diversas manifestaciones seleccionaremos las relacionadas con la decoración arquitectónica -frontones, frisos, metopas-, las estelas funerarias y los basamentos de monumentos conmemorativos.
Lo que hoy nos parece tan normal en un templo griego, esto es, la decoración escultórica de sus frontones, representó un grave problema que sólo se resolvió con esfuerzo e ingenio y, aun así, tardó en llegar a una solución verdaderamente feliz, entendiendo por ésta la íntima compenetración entre función y estructura.

Entre las caras divergentes del tejado a dos aguas y la línea horizontal de la cornisa quedaba un espacio triangular vacío, cuya disconformidad con los demás miembros del conjunto arquitectónico es fácil suponer. Para tapar aquel hueco se empezaron a utilizar placas de cerámica decoradas, pero pronto se pensó en posibilidades más evolucionadas, como la colocación de figuras apoyadas en el saliente de la cornisa y destacadas del fondo plano. Surge entonces el problema de la composición frontonal, puesto que al poner en práctica esa idea se tropieza con el grave inconveniente representado por la forma triangular del espacio a decorar. Los primeros intentos de solución los vemos a finales del siglo VII y décadas iniciales del VI en el Templo de Artemis en Corfú y en los restos hallados en la Acrópolis de Atenas; se caracterizan por la ausencia de coordinación entre las figuras y por graves distorsiones a efectos de escala, ya que el tamaño viene determinado convencionalmente por el lugar que las figuras ocupan en el frontón.

A los escultores áticos no se les ocultaron los fallos de este pie forzado y hacia el año 570 habían descubierto la forma de paliarlo. Para ello recurren a figuras que por su propia naturaleza o por las actitudes adoptadas -monstruos serpentiformes, luchadores que se arrastran, etc.- encajan con mayor naturalidad en las zonas cerradas y rincones del frontón. Los restos de un viejo frontón de piedra policromada conservados en el Museo de la Acrópolis de Atenas, en los que se ve a Herakles trabajando en lucha con Tritón y a un monstruo, cuyo cuerpo reúne tres torsos humanos con colas serpentinas, llamado Barba Azul por la tonalidad que ostenta la barba de una de sus cabezas, ilustran claramente la sagacidad y el acierto del nuevo descubrimiento.

El frontón del Tesoro de los Siphnios, en el que se representa la lucha de Apolo y Herakles por el trípode, los dos frontones del templo de Apolo construido en Delfos por los Alcmeónidas, y el frontón del templo de Atenea erigido en la Acrópolis de Atenas por los Pisistrátidas ilustran claramente los pasos de la evolución durante el último cuarto del siglo VI, que parte de la sencilla secuencia de figuras verticales colocadas unas junto a otras e inicia la búsqueda de relación y cohesión entre ellas, como ya se ve en uno de los frontones del templo de Apolo en Delfos, atribuido a Antenor, y en el grupo admirable, por encima de toda ponderación, de Atenea en lucha con un gigante de la Acrópolis de Atenas.

Todavía cabe ver un paso más en el rapto de Antiope por Teseo, grupo perteneciente al frontón del templo de Apolo en Eretria, obra de hacia 510-500.

La cohesión de las figuras es más aparente que real, pero supone un avance en cuanto amplía la relación de las figuras entre sí y con el espacio, aspecto que preconiza novedades venideras, cuando se abre la transición al primer período clásico.